Un sendero oculto, un recinto para la melancolía, una decepción a la que buscar lugar y todo sentada sobre su cama, a ratos tumbada, siempre inquieta y aterrada ante la posibilidad de un existir inmóvil.
Ella, la estatua de escasos reflejos
medidos y orientados
consciente del regalo y la carga
purga la furia en su piel hasta perder el jadeo y el color
odiando saber que no hay manera feliz de ser una salvaje.
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