Cómplices
asesinos voluntariosos de manos enredadera intercambiando mensajes táctiles bajo la mesa de un café
sin alarde urden cuatro gestas de las que no hablará ningún libro
ninguna crónica de sucesos les hará leyenda.
Se debaten entre el beso y el navajazo conscientes de que al final lo mezclaran todo
cómplices también de su ritual
de amamantar con mimo el destino pactado
de labrar con paciencia el canal por el que fluirá la sangre que manará de sus heridas.
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