No era su sobrino,
aunque así se lo dijese a todos. Era parte de una deuda que ya no
podria pagar y asumio el compromiso de cuidarle y enseñarle su arte.
Al regresar de la escuela leían juntos y le explicaba el significado
de los mitos en las tragedias griegas. El valor del vacio en un
haiku. La rigidez de la poesía amorosa medieval. A los catorce años
lo saco de la escuela y por vez primera le permitió entrar al taller.
Allí pasaba las mañanas y por las tardes le señalaba que leer, ya a
solas, hasta que en la cena le preguntaba por sus impresiones. Oskar
adornaba sus expresiones tratando de impresionar a un Mathliss que
apenas replicaba. Tenia diecisiete años cuando le dio su primer
libro de poesía moderna y las conversaciones sobre literatura
terminaron.
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