miércoles, 14 de mayo de 2014

LSM 4

En su primer viaje Oskar estaba abrumado. Solo comía lo recomendado en los albergues, repartiendo el vino en pequeños sorbos entre bocados. En su cuaderno dibujaba cada árbol que no reconocía.
A su llegada un antiguo tratante de Mathliss llamado Montignac lo acompaño en silencio hasta las puertas de la Abadía de Orly. Asi fue cada día durante tres meses. Cada día, sentado en la biblioteca, observaba el trabajo de los monjes amanuenses. No podía acercarse a los volúmenes ni compartir con ellos otro espacio. Cuando se retiraban al refectorio, el comía a solas en una celda vacía.
Montignac le recogía a las cinco de la tarde para llevarlo a casa de sus anfitriones y siempre le hacia la misma pregunta:
-¿Qué has aprendido hoy?
Oskar debía contestar durante todo el camino; si callaba, Montignac detenía su paso hasta que retomase la narración. Aprendió a describir cada detalle del trato de las tintas con el papel sin haber leído siquiera una linea.
Se hospedaba en casa de un criador de lebreles. La hija, Teresa, se acostaba con el todas las noches y hacían el amor sin ruidos para no despertar al padre. Nunca durmieron juntos.

Una tarde contesto a Montignac que había aprendido la belleza del silencio; una semana después regresó a Klaasenburg.

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