Siguen sin prohibir los atardeceres.
Quizás por eso solo podemos vernos de noche, luces filtradas y reflejos. Quizás por eso hoy no te llame; ha salido el sol. Sin luz tenemos más que contarnos y aprovechamos para no decirnos nada, con el acuerdo tácito de que la primera caricia es despedirse a primera hora, y ya hablaremos otro día.
Aunque haya salido el sol las cabinas telefónicas amenazan; te arrancas la costra y sientes la carne palpitar.
Dame veinte minutos, contesta.
Un código de tiempo, una espera para que el tiempo no importe, un billete de ida y vuelta tan largo como la noche.
Quizás llegue tarde y espere a que se ponga el sol.
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