Llegarás tarde a su entierro para que recuerde echarte de menos; cuando todos se vayan seguirás allí, inmóvil hasta las campanas.
Que imagine, si puede, como cae tu ropa y te masturbas sobre su tumba
que sepa que tiene dos metros de tierra bloqueando el paso a tus fluidos y no pueda ni arañar el ataúd.
Vendrás a buscarme al coche
con esa sonrisa radiante de corrupción con la que me asustas a veces
que me excita como el temor de Dios que nunca tuve
y soltarás tu mano como un reguero de hormigas por mi cuello
con la lascivia y el honor del deber cumplido
tus labios de navaja cantando el réquiem del último escupitajo.
Habría estado muy bien, que Mendieta hubiese tirado a Carl Andre por la ventana y no al revés.
ResponderEliminarAnónimo, te quiero.
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