1
El quimerista asumió que desbocarse y atenazarse son partes del mismo ritual y que ninguna persecución productiva mantiene un ritmo constante.
2
Ahora sabía que no era real. Ya que el recuerdo era su propia invención podía alterarlo y reanudar la búsqueda, cambiar a la princesa egipcia por la hija de un criador de lebreles de alguna región francesa, a Corso por el legendario Montignac, asaltador de caminos de obra perdida al que dicen que Rimbaud robó tras una noche de vino y diversas complacencias.
3
Teresa. Theresa.
Pulir el detalle. Un ligero cambio en la semilla puede cambiar por completo el crecimiento de la idea, ahora que todavía es autónomo es el momento de estas pequeñas decisiones.
Teresa.
Hija de un criador de lebreles ya tiene una hache.
Se llamará Teresa.
4
Encontrar a Teresa, el reflejo de Teresa en alguna mirada.
Quizás fuese el mismo Rimbaud el que lanzase la historia, quizás nunca conoció a Montignac. Aún así habrá que rastrear su obra y buscar anomalías, algún punto de fuga que oriente hacía el mito para poder ir acercándose a Teresa, ir concretando los versos que la describían y entender el porqué de la obsesión, cual es la idea o el ideal que Teresa, la indefinida Teresa, había cimentado en su conciencia. Perseguir sin saber, peregrinar atento a cada señal.
5
El quimerista no tiene tiempo para labores inalcanzables.
La belleza le ronda, sabe que acercarse a ella es la manera de seguir sintiendo hambre.