Agua.
Fluyen pequeños demonios entre palabras picando metódicos los cimientos de los muros. Filtraciones empantanando miradas y pupilas persiguen pupilas que se despistan con detalles y se vuelven a encontrar; palabras se ahogan y uniformes fabrican una melodía, un eco como ondas de piedra cayendo en el río.
Café.
Suben las revoluciones. Midiéndose en círculos, amenazando con escorzos de sonrisas, anticipando movimientos. Armas a la vista y la excitación de la confrontación, guerreros libres sin general acomodan el campo de batalla; palpitan aguardando corte, fuego y placer.
Viento.
Planes derrumbados, entropía y partículas chocando furiosas derrumban el cielo desde una nueva constelación. Muros de muslos y labios fundidos, hogar de la tormenta, y en el ojo, en el mismo centro del tornado, dedos-uñas-mordisco-lenguas se lanzan a la conquista de cada diminuto pedazo de piel. Terminaciones nerviosas caen en cada choque y exhalan un último grito de rendición, orgullosas de la lucha y la barbarie; sentidos reconfiguran la cosmogonía, todo reducido a un espacio común y ya nada es delito ni sagrado ni nada existe sin nombre de pulsión.
A lo lejos, tras un telescopio, un científico traduce la luz y determina que ha nacido una galaxia.
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