Como podíamos por aquel entonces saber que la grava hundida en las rodillas y la voz materna prohibiendo mirar directamente al sol no eran más que una redundancia de la coraza, que esa prohibición de hollar la piel campearía en tantas formas y sueños y que tantas horas pasaríamos intentando escapar de sus barrotes.
Quién sabe que hubiese sucedido de no ser así.
Quizás los actores habrían escrito el guion y huido del teatro, corriendo despreocupados y riendo en cada encuentro con el asfalto, quizás otros llegarían tras ellos y tropezarían en el mismo lugar y las gotas se irían juntando hasta ser charco y lago y mar y al final saldrían con un filtro de plasma que les salvaría del fulgor de las estrellas y las contemplarían en éxtasis ante el público estático.
Tal vez algún día esto cambie
de momento sigue la función, perenne.
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