Y los creadores hicieron la Tierra.
Sobre ella fueron haciendo crecer mares, dunas, hierbas, y al final, solo al final, hicieron crecer a los árboles.
Los árboles crecieron, fuertes y orgullosos, cada vez mas elevados sobre el resto oteando hasta el fin mismo del horizonte.
Se sentían bien, pero algo atormentaba su conciencia; las olas no dejaban de agitarse, la arena de las dunas de mezclarse, las hierbas moviéndose a cada roce. Ellos, tan nobles y vistosos, empezaban a sentir la condena. Y hablaron con los creadores, y les dijeron que para que les servía ser tan hermosos y poderosos si no podían mas que permanecer estáticos, solos.
Los creadores no contestaron mas que un somero soplido; los árboles se preguntaron que clase de respuesta era esa. Era el viento, recién creado, que llegó intenso para empujar sus ramas, enseñándoles a danzar y sonreír.
Y por eso, a día de hoy, cuando paseamos por un bosque nos sentimos tranquilos, porque el murmullo del mecer de las ramas es el placer de los árboles acariciandose mientras hacen el amor, olvidándose de su tamaño y su poder.
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