No creo en la suerte.
Creo en la intuición y su hoja clavándose con cada ligera confirmación. En la música del azar soltando notas fuera de partitura creando una melodía solo visible para el ojo adicto del perseguidor. En la mecánica de los cuerpos celestes y sus ambiguos giros, sus alteraciones de órbita y gravedad señalando puntos de cruce y de fuga, dibujando señales como abejas bailando para el resto de la colmena.
Creo en la luz. En la oscuridad. En la coincidencia de brillo y sombra, de forma y contenido. En la fe silenciosa sin mandamientos, horarios ni rituales. En los cuerpos condescendientes y las mentes violentas; la paz única si todo es batalla.
Creo en mensajes ocultos dentro de mensajes ocultos, en los engaños y la prestidigitación, en los saltos mortales sobre el alambre de funambulistas borrachos. Que es complejo hacerlo sencillo y que la elaboración es tan importante como el resultado, que los contables se equivocan cuando demonizan los números rojos y que ninguna maquina podrá desentrañar lo ilógico, el arte rendido, efímero.
Que lo importante, lo perpetúo, lo trascendente, es no serlo ni intentarlo. En apagar fuegos con gasolina y disfrutar el aroma de la carne quemada. En tirar muros a cabezazos y lamernos unos a otros las heridas de la frente sin dejar de sonreir. En el surf caníbal sobre tsunamis de lágrimas. En destrozarse el cuello a bocados y dibujar rayuelas con la sangre derramada.
No creo que haya escuelas de magia
pero siempre puedes aprender de cada mago.
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